A quienes habéis leído La Sirin quizá os haya sorprendido una mención curiosa en los agradecimientos.
Dice así:
«Cómo no dedicarles unas palabras a mis queridos microescritores que batallan la página en blanco desde hace años en las Microjustas, una carrera de relevos literaria en la que se turnan para ser contendientes y jueces por mero amor al arte. Mi particular dojo de entrenamiento donde pulir mi «acero retórico», como diría el Barón Esdrújulo, y crecer como escritora.»
Esta competición, de la que hablé en la entrevista que me hicieron en el podcast Quién is reading, significó mucho para mí cuando la descubrí allá por 2017.
En esa época algunos de mis relatos habían peregrinado por varias convocatorias de todos los rincones de España con más bien poco éxito. Los presentaba y los rechazaban. Solo un par de microrrelatos habían logrado colarse en algunas antologías benéficas.
A través de una de esas antologías, conocí a Ramón San Miguel Coca, que me habló de las Microjustas Literarias.
Me enamoré locamente de sus dinámicas, del buen rollo que había y del inmenso talento que desplegaban los participantes. Mi mayor asombro fue que la mayoría de los microrrelatos que se podían leer ahí a diario tenían mucha calidad. Eran dignos de una antología y los justeros se los regalaban unos a otros solo por jugar.
Tuve el honor de ganar una de las competiciones de este juego en 2018 (la XX edición de la Sortija) y otra en 2019 (la XXIII edición de la competición principal). Ahora he vuelto a ganar en la XXV Edición de Microjustas Literarias. No es un gran certamen con un premio en metálico, y son más bien pocos participantes, pero para mí tiene mucho valor y seguiré poniéndolo en las solapas de mis libros. La altura de la competición la dan sus participantes y aquí hay grandes microescritores que os animo a descubrir: Patricia Collazo, David González (Aye), Ángeles Mora, Elisa de Armas, María Posadillo, Tomás del Rey y un largo etcétera.
En la presentación de «La Sirin» del pasado 18 de enero, Ester Calvo Lanza me dijo una cosa que me sorprendió. Ella ha tenido oportunidad de leer muchos de los microrrelatos que he escrito para las justas en mi libro Miríadas, y está convencida de que cualquier otra persona hubiera invertido el doble de páginas en contar la misma historia.
Estoy muy agradecida a las justas por ayudarme a pulir mi escritura hasta el punto de valorar cada palabra y cada coma. Y por los buenos ratos que hemos pasado juntos y los que nos quedan.
¡Larga vida a las justas!
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